La “refundación” de la República es un espejismo que atrae en estos
tiempos de crisis, pero al mismo tiempo es una de las ilusiones más funestas y
destructivas. La gente agobiada por las carencias, frustrada por la ineptitud
gubernamental y asqueada por la corrupción, quisiera borrarlo todo y amanecer
de golpe en una República ideal, con cero lacras. Muchos “indignados” europeos,
cargados de razón en su protesta, al preguntarles con qué van a sustituir la
sociedad que repudian, proponen “que se vayan todos”, que renuncien los
parlamentarios y gobernantes para zambullirnos en las aguas lustrales de una
Constituyente de la que el país salga limpio y nuevecito, como el pecador
después de una confesión general. Por desgracia, la política no se mueve en
mundos ideales, sino en sociedades enfermas a las que ninguna catarsis
constituyente y refundadora logra sanarlas. Si corruptos e improductivos éramos
ayer, así amaneceremos mañana. Luego de la ilusión, de los discursos
incendiarios y de las promesas sin límites, las sociedades amanecen con la
misma pobreza y defectos ciudadanos, políticos y empresariales. No es la
Constitución la que está enferma en Venezuela, sino la sociedad. Muchas de
nuestras 26 Constituciones han sido impuestas por caudillos pícaros como trajes
a su medida para ocultar las desnudeces de su ambición. Algunas, como la
Bolivariana, son idealistas e inspiran una sociedad nueva libre de todo mal
anterior. La dificultad está en hacerlas realidad.
Agoniza un ciclo de nuestra historia y estamos obligados a unir fuerzas
y voluntades para sincerar al país enfermo con las causas de su enfermedad y
encender la voluntad de poner juntos los remedios difíciles, pero
imprescindibles, para construir una República sana y esperanzada. Por eso es un
tiempo de peligrosas tentaciones políticas en el Gobierno y en los opositores.
La impaciencia es la primera
tentación. Que Maduro (o Chávez) se vaya. Porque estoy harto y “no aguanto
más”. Pero las enfermedades no se curan con fáciles deseos, sino con un gran
esfuerzo disciplinado por parte del enfermo, bien guiado por el médico.
El infantilismo. Exijo desde mi casa que
los dirigentes opositores saquen ya al Gobierno y me sirvan el plato que hace
tiempo les pedí. Si no lo hacen es porque esos líderes son unos cobardes y unos
vendidos. Capriles tiene la culpa de no salir a la calle, ir hasta Miraflores y
no regresar hasta sacar a Maduro. Por eso, ni Capriles ni nadie es digno de mis
elevadas miras que son nada menos que la refundación de la República,
inmediata, radical y completa.
También los verdaderos “revolucionarios” rechazan la tibieza de su
Gobierno que todavía trata de salvar las apariencias democráticas, en lugar de
cerrar el juego y tomar todo el Poder para los soviets, es decir
para el Partido. Tenemos todos los poderes (ejecutivo, legislativo, judicial,
militar, policial, económico, comunicacional…); dejémonos de cuentos, y
establezcamos de un golpe y de modo irreversible el “paraíso cubano”.
Convirtamos a todo dirigente opositor en delincuente, que sólo merece un tiro,
la cárcel o el exilio. ¿Qué hace Maduro que no procede?
Estos atajos hoy son una tentación en ambos lados, como lo fueron en el
2002. Pero no hay resultados sin duro trabajo político y el camino de Venezuela
no es de amaneceres rosados a la medida de los deseos. Somos enfermos que
debemos sincerar y extirpar enfermedades básicas como creer que:
1) Somos un país muy rico donde no hace falta ni producción, ni
productividad, sino reparto;
2) La política y el Estado son un botín para el que llega al Poder y lo
reparte entre los suyos sin escrúpulos morales;
3) La Constitución no es para defender también a los opositores, a las
minorías y a los débiles, sino para legitimar su aplastamiento.
Por el contrario, el único camino es el democrático y el de los
acuerdos comunes para la superación de la pobreza política, económica,
educativa y moral… Hay que desintoxicar la sociedad venezolana y esto toma
tiempo. No hay duda de que la Constitución requiere algunos cambios
fundamentales, sobre todo para eliminar el contrabando totalitario que se metió
por vía de la Habilitante, pero no es la idea tapar la realidad por la ilusión
constituyente de otro torneo de máximos. Lo primero que necesitamos es un nuevo
liderazgo en eficiencia y honestidad; para poder sentir que el Gobierno, con su
ejemplo y palabra, es nuevo de verdad y un guía exigente de cambio político,
productivo y moral.